Todas las noches, como un reloj, el perro de la familia, Max, se paraba frente al dormitorio de su hijo, gruñendo suavemente, con los ojos fijos en la puerta. Preocupados y curiosos, los padres decidieron instalar una cámara, con la esperanza de resolver el misterio.
A la mañana siguiente, revisaron las imágenes, esperando no ver nada inusual. Pero mientras miraban, se les heló la sangre. La cámara mostró una figura tenue y sombría que se movía lentamente cerca de la cama de su hijo. Cada vez, justo cuando la figura se acercaba sigilosamente, Max entraba, gruñendo y caminando de un lado a otro, obligando a la figura a retroceder hasta que desaparecía.
Aterrorizados pero agradecidos, los padres no podían explicar lo que habían visto, pero sabían que Max había estado de guardia todas las noches, manteniendo a su hijo a salvo de una presencia desconocida. Esa noche, Max se quedó en el dormitorio y, a partir de entonces, la sombra nunca regresó, dejando a la familia eternamente agradecida por su leal protector.